«La ventana abierta» es una de esas narraciones que se acercan a la perfección. Es un cuento que está construido con atención al detalle. Nos hace sospechar que el autor sabía exactamente a dónde quería llegar desde la primera palabra.
La historia comienza in media res. Un diálogo entre dos personajes dispares nos va proporcionando lo necesario para que el relato avance. Estamos frente a un narrador que interviene en la medida justa. Lo hace con las apreciaciones necesarias para modular el discurso en función de la premisa de la historia.
El tono es británico hasta los huesos, aunque su autor Saki (Hector Hugh Munro) fuera birmano, hablamos de la Birmania británica. El famoso humor inglés se cuela por cada resquicio del relato. La ironía es protagonista algo que se considera además una marca del autor.
Los personajes son adorables. Mister Framtom Nuttel, El Señor Nuttel que va a la campiña por una cura de reposo y ya en el vestíbulo de la casa de los Sappleton se cuestiona si debería llevar adelante la serie de visitas sociales que su hermana le receta.
Vera, la sobrina quinceañera de la Señora Sappleton es quien lo recibe y entretiene en tanto su tía pueda recibirlo. Poco tendrían de qué hablar un gentleman de la ciudad con una chica del campo. Sin embargo, en los escasos minutos de que dispone, la jovencita le compartirá una inquietante historia familiar que dará pie al desarrollo de la trama.
Por si nunca lo leíste, no vamos a hacer spoiler. Baste decir que el breve relato nos llevará por un carrousel emocional arribando a un final que no decepciona. Aquí está el relato: “La ventana abierta”
Si leer o releer el cuento te hizo feliz, te hacemos dos recomendaciones. Puedes ver el corto de Las Heras. Ganador de varios premios y además una muy buena adaptación de la historia al lenguaje cinematográfico.
Si vas a trabajar este texto en una clase o en un taller, un ejercicio muy recomendable es invitar a pensar en el porqué de las decisiones que hay detrás de la adaptación. El paso del cuento al guion involucra una elegir caminos transitados pero también abrir nuevos. En este caso se muestra un conocimiento del medio, con una serie de decisiones a mi entender acertadas para adecuar el texto y darle nueva vida. No forzosamente porque el texto lo necesite, sino porque lo habilita. De esta forma el universo de significados se hace más preciso por momentos, y nos deja conocer además de nuestra propia idiosincrasia.
Algo semejante ocurre con el relato en manos de Hernán Casciari. En la muy recomendable saga «cuentos inolvidables» que puede encontrarse en youtube, Casciari nos deleita con su propia versión. Es, para la ocasión, un intérprete. Lleva a Saki a los pagos mediante el lenguaje. La entonación y las pausas son las pinceladas con las que acaba de componer la obra.
Aparte
Una curiosidad victoriana. Las cartas de presentación.
Las cartas de presentación en la época victoriana y siglos anteriores solían seguir un protocolo social bastante estricto. Generalmente, se entregaban antes de una visita para anunciar la llegada de una persona o para solicitar una audiencia. Era una forma de mostrar respeto y cortesía hacia el anfitrión. En algunos casos, si la visita era inesperada o no se había podido enviar la carta con antelación, se podía entregar en el mismo momento, pero esto no era lo habitual. Las cartas de presentación eran una herramienta esencial en la comunicación y etiqueta social de la época.
Las cartas de presentación en la época victoriana eran bastante formales y seguían una estructura y un lenguaje ceremoniosos. Aquí tienes algunos elementos clave que solían incluir:
- Saludo Formal: Comenzaban con un saludo muy formal, como “Estimado Sir” o “Muy señor mío”.
- Introducción Respetuosa: Se presentaba al remitente y se explicaba el motivo de la carta de manera cortés.
- Contenido Detallado: Se detallaban las intenciones o propósitos de la comunicación, como solicitar un empleo o una recomendación.
- Cierre Adecuado: Concluían con una despedida formal y la firma del remitente.
El señor Nuttel llega hasta la casa de los Sappleton con una carta de presentación de su hermana. ¿La envió antes o “cae” con ella? Resulta que las dos posibilidades están presentes. Lo habitual y más cortés era, obviamente, lo primero. Pero en casos de urgencia, o imprevistos, podía ocurrir que la persona a ser presentada, se apersonase con la misiva en mano y la entregara a alguien, tal vez un ama de llaves, que a su vez la entregara a su destinatario.
Difícilmente la recepción ocurriera inmediatamente, pero esto no era un problema, los tiempos eran otros, y una o dos tazas de té después lo más probable era que el anfitrión apareciera. Por supuesto que cabía la posibilidad de que el huésped fuera cortésmente enviado para su casa, si el destinatario de la carta no estaba o decía no estar. Aunque en tiempos donde las novedades corrían más rápido a paso humano, la curiosidad necesitaba del otro para saciarse. Por este motivo lo habitual era el encuentro. El cómo se desarrollara luego ese encuentro es otro cantar.